Me imagino a mi pueblo natal en tiempos de mi niñez, todo campo con vacas y los maizales al amanecer. Veo todo dorado de las espigas del trigo y los maíces.
También recuerdo cuando ya grandecito que mi abuelo montaba en su caballo manchado, y que yo le decía “¿Abuelo, cuando sea grande lo voy a poder montar?”, y me respondió “mire mijo, cuando usted sea hombre yo no sé si voy a estar para verlo montar a mi manchado; tal vez él tampoco esté.” Pasó el tiempo y ya me hice hombre, y vine a la ciudad soñando que todo lo vivido fue una experiencia hermosa. Ahora en la capital, cerca del río, no puedo dejar de añorar lo vivido en mi niñez.
Las oficinas, los rascacielos, edificios tan altos que casi parecen querer besar las nubes. Nada que ver con todo lo que he escrito. Ahora quisiera volver a ser ese niño que hablaba con su abuelo, al igual que con mi padre. Ellos ya no están y el manchado tampoco.
Mario Alberto Díaz